
Entre
mi reciente cumpleaños, un par de festejos más y
mi aniversario de independencia, me olvidé de brindar por mi sexualidad!
Hace unos quince días, se cumplieron diez años desde que dejé las huestes de Wanda Nara, para unirme a las tropas de… Wanda Nara.
Perdí la virginidad a los diecisiete, con el hermano de una amiga, y como toda primera vez, no fue de lo mejor. No por culpa de él, obvio, sino porque yo era toda una amateur que no sabía qué poner dónde, ni cómo. Y de chupar, mejor ni hablar.
Pero más allá del coito en sí (amo la palabra coito), me quedo con lo genial que fue haber debutado justo una semana antes de ir de viaje de egresados a Bariloche.
Fue como que te enseñen a cabalgar, justo antes de que te regalen un caballo.
Sutil, no?
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La cuestión es que, entre otros menesteres, durante el viaje viví pendiente de un coordinador de otro grupo que me fascinaba!
Cuando la fantasía se hizo realidad, fue más perfecto aún.
Al final del viaje, nos despedimos y punto. Nada más. Nada de nada.
Hasta que hoy recibo un mensaje facebookero para que agregue a un masculino, caucásico, a mi lista de contactos.
Tardé cinco minutos en reconocer al hombre en esa foto, y cuarenta minutos más en cerrar la boca (abierta por el asombro, no me calumnien).
Por supuesto! Era él. Muy venido a menos, pelado, sin onda, muy lejos de ese chico que se llevaba el mundo por delante, pero con un vestuario digno de teen angel mezclado con emo, que daba asco.
A ciertas fantasías y recuerdos es mejor dejarlos como están: lindos, y en el pasado.
Dejá, dejá, que yo te llamo.
Pero sino, seguí de largo.