martes, 11 de mayo de 2010

Barilo, Barilo!! Volvamo´ a Barilo!!

Para obsesionarse con el sexo… nada mejor que perder la virginidad una semana antes de viajar a Bariloche.

Estamos todos de acuerdo en que el típico viaje de egresados es ciento por ciento sinónimo de descontrol, insomnio, alcohol y culipatín.

Pero para mi, básicamente, fue un período de entrenamiento.

Mi primera vez no es un hecho que pueda calificar como malo, aunque sí como pobre.

Y, como buena niña responsable, decidí que, una vez en marcha el viaje, podría dedicarme a ampliar horizontes.

He llegado incluso a salir de Sky Ranch, sólo para morirme de frío bajo la nieve y matarme con un chico que se me ocurre que hoy debe tener un presente maravilloso.

Coordinadores? Si, clá! Dos. Uno de mi grupo, y otro de un grupo de la misma empresa, pero de distinto colegio.

Yo me dedicaba a pasarla bien, y generar comentarios – muchos – de mis entonces compañeros.
Qué me iba a importar!!! Cada noche, indefectiblemente, yo cumplía con mis objetivos sexuales.

Sin embargo, fue la aventura más perfectirijilla la que se convirtió en mi condena pública.

Al igual que todas mis grandes experiencias barilochenses, esta también comenzó en By Pass.

Gabriel. En aquel entonces, dieciocho años. Y aún sintiéndome poco atraída por los rubios, este beio niño de ojos color miel (qué pajera que soy…) sólo tuvo que mirarme.

Lo hizo, y lo logró.

Yo, cansada ya de acosar a escondidas los trastes de un grupo de brasileros divinos, que cada vez que sentían un manotazo en el orto giraban su cabeza en todas direcciones al mejor estilo suricata ofendida, cuando lo vi, no pude disimular de ninguna manera mi opinión sobre su fisonomía.

La frase de moda en aquel año (2000) seguía siendo “qué fuerte que estas”. Y como mi descaro no encontraba sosiego, no dude en decírsela. Se rió, me agarró de la nuca y empezó.

En menos de quince minutos, ya estábamos buscando un taxi.
Llegamos a su hotel, subimos a las apuradas, y el señorito que tan inocente parecía, me dio MI PRIMERA EXPERIENCIA GENIAL.
Hizo todo lo que tenía que hacer, exactamente como lo tenía que hacer, por mucho más tiempo del que en ese momento yo podía imaginar.

Ese mismo día, alrededor de las diez, tuve que bajar a desayunar. A las diez!!!! Y todo por una excursión insípida al centro. Ya me estaba asqueando de los San Bernardo.

Había llegado a mi hotel hacía dos horas, tan dolorida, como feliz y satisfecha.

Mi amor se quedó en su cheto hotel de Río.
El mío? El de Compañía.

Lo primero que escuché cuando entré al comedor, de boca de uno de mis coordinadores, fue: “ahí llegó la traidora”.

Coordinador al que, esa misma noche, le estaba cerrando la boca.
Y no con buenos argumentos, precisamente…

El pez por la boca muere, y la trola por el Río fluye.

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