jueves, 13 de mayo de 2010

Qué suerte que ésta noche voy a verte...

Al igual que la mayoría de la gente (que conozco), he sabido disfrutar de ciertos placeres que espantarían a más de una – jamás a todas - de mis antiguas profesoras de catequesis. Y como no sólo hablo de poder lanzar una blasfemia tras otra con la facilidad de un camionero de Moyano, el post de hoy va dedicado a N.

N apareció en mi vida hace como ocho años, y cada vez que se aprovechó de la misma, me hizo feliz.

Por exclusivo mérito suyo, yo solía terminar cada viernes agotada.
Los ojos verdes o negros son un peligro para mi. Y este chico, que bien podría ser una esmeralda caminando, siempre me desequilibró.
El prototipo de nerd de las computadoras ni lo rozaba. O sí, pero solamente en su obsesivo coeficiente intelectual.
Entre los brazotes musculosos, esos terribles ojazos, y el pelo tan oscuro como revuelto, yo me sentía en el paraíso de las babosas.
Una noche me llamó de sopetón. Sin planes a la vista, y con los colmillos asomando, me pedí un taxi hasta San Telmo.
Cuando me abrió la puerta, me puse nerviosa. El estaba genial como siempre, pero con una tonalidad sospechosa en los ojos y un andar tan pesado que, lo confieso, me asustó. Yo tendría 19 años, y por ese entonces, no tenía ni idea de nada. Me hacía la que sí, pero yo sabía que no.
Y por eso mismo, fue que mi única respuesta a la pregunta “querés probar?” fue un enorme “obvio”.
Es tan fácil acostumbrarse al placer…
Los porros siempre me pegaron bien, y este caso no fue ni por casualidad una excepción.
Pero la simpática pastillita rosa, con una sonrisa grabada en ella como afirmación de su nombre, me hizo ir más allá.
Esa noche también está entre las mejores.
La exaltación de todos los sentidos fue maravillosa. Y el que más disfrutamos fue el tacto.
Estuvimos muchísimo tiempo tocándonos. Simplemente eso.
Nos agarrábamos de las manos, y nos dedicábamos, felices, a presionar cada centímetro.
Algo que podría haber sido muy aburrido, se convirtió en la gloria, e inevitablemente nos llevo a desnudarnos.
Pocas veces he disfrutado tanto los besos…
N siempre fue un talento, pero esa noche… lo percibí de una manera muy diferente.
Y entre decenas de forros rotos por el exceso de torpeza al intentar abrirlos, un humo delicioso y varias botellas de alcohol, nos dedicamos a matarnos.

Nunca me gustó el típico sexo lento de las comedias románticas. Por mi experiencia, hasta diría que es inexistente. Y aunque hubo pasión en exceso, lo que más recuerdo es la ausencia de velocidad… Las horas que invertimos en el otro no fueron suficientes, y repetimos varias veces. Esa lentitud me volvió completamente loca, y tenía la sensación de que ya nada podía esperar de la vida.

Hasta hoy.

Frente a la Casa Rosada. 15.15hs, aprox. Los dos apurados. No lo vi hasta que me lo lleve por delante. Me quede dura. Él siguió caminando, en la suya. No pude guardar silencio. Grite su nombre dos veces. No me escuchó. Cuando reaccioné, ya estaba caminando detrás suyo. Lo agarre del brazo. Como la suerte no existe, me había equivocado. No era quien yo pensaba. Pedí perdón, y retomé mi camino. No roja de vergüenza, sino verde – como sus ojos –, pero del odio.

Y como la suerte no existe, pero uno siempre puede intentar buscarla, mi verdadero N ya está durmiendo en mi cama.

Gracias al destino – en quien sí confío - por nunca haberme permitido tirar esa agenda…

2 comentarios:

Sanguche dijo...

El destino es algo que existia antes de los mensajes de texto. De ahi en adelante, todo se fue al carajo.

La felicito por la contundencia.

Lola dijo...

Qué lindo que escribe, mi estimado sanguche!

Lo del destino es muy cierto. Los mensajes de txt pueden cagarte la vida si no se usan con cuidado.

"La felicito por la contundencia."
sépalo: me hizo suspirar.