lunes, 17 de mayo de 2010

En la guía del ACA no está

Mi inicio en el tema swinger llegó de la mano de F, a mis 20 años, en primavera.

Rompiendo con mi clásico prejuicio de amar descontroladamente sólo a los morochos, F era un rubio que bien merecía una mordida por cada centímetro cuadrado de piel.
Me llevaba varios años, y se notaba. Mucho y gracias a Dios.

No podría definirlo como un maestro, pero sí ha sabido destacarse por su inconmensurable nivel de convencimiento: te agarra, te besa, te deja caliente, te envuelve, te pone un moño y hace lo que quiere con vos. Grrrrrr…..

No recuerdo como fue, pero en algún momento DECIDIMOS ir a dar unas volteretas por uno de esos boliches swinger (se dice así?) que prometen banda ancha de “buena predisposición en un ambiente cálido y confortable”. Tooooodo un eufemismo si tenemos en cuenta que el lugar era peor que un baño de Plaza Miserere.
Mal iluminado, mal decorado, mal higienizado.

Ok. Yo sería muy feliz si en vez de mi amado One pudiera llevar un Lisoform en la cartera, pero créanme que ese lugar bien podría convertirse en el peor enemigo del reliverán.

Primer acercamiento: F me lleva de la mano hasta la barra. Nos sentamos, me pregunta cómo me siento, y le contesto “bien”, en vez de llamar a bromatología. Error!

Una pareja, con menos sutileza que Locomotora Castro, se nos acerca y F se siente feliz.

Yo, al borde del suicidio, decido huir del desconocido candidato – mooooy parecido a Silvio Soldán con exceso de viagra – y su mimosa acompañante, que ya estaba empezando a acariciarme la espalda, con tan mal tino que la única posible salida que se me ocurre es encerrarme en el toilette.

Adentro del baño: mierda. Afuera del baño: ídem.

Pero como mi paciencia es poca, me animo y vuelvo a la barra, le corto la onda a F, y lo arrastro de la mano hasta el auto, con cara de “se murió la mamá de Bambi”.

F, muerto de risa como siempre, parece tener aún más opciones.

Y la que aquí suscribe no tiene mejor idea que seguirle la corriente...

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