miércoles, 19 de mayo de 2010

Este sí, pero bien escondido...

Luego del repugnante primer intento swingueril, con F llegamos a un ambiente muy distinto.

Una larga escalera nos llevó hasta las más pesadas cortinas color violeta. Y un par de segundos después de que la recepcionista – en apariencia, salida de la agencia de Dotto - nos diera algunos consejos que no recuerdo, entramos.

Aún estaba vacío. Y a medida que la gente iba llegando, todos se sentaban alrededor de una plataforma que más tarde oficiaría de escenario.

Las miradas sorprendían. No era sólo una cuestión de levante; cada uno buscaba, con miedo, algún rostro que le resultara familiar. Creo que no hubo ningún encuentro.

El show nos tuvo a todos expectantes.
No se trataba de un simple streep. O no al menos de lo que yo, hasta ese entonces, consideraría como tal.
La señorita en cuestión bailó y se desarmó alrededor del clásico caño plateado, y cuando tuvo ganas, empezó a masturbarse.
Y cuando tuvo más ganas, decidió sacar de “su interior” una… cinta?
Sacaba metros y metros de una cinta blanca, que parecía haber tenido oculta entre sus pulmones.
La música estaba muy alta, pero aún así, el silencio se podía sentir.
No había nada que los espectadores quisiéramos más, que seguir observando hipnotizados la infinita y angosta tela.
La chica terminó, y hubo aplausos furiosos; no sólo nos había deslumbrado con su original talento para esconder cosas en su cuerpo, sino que también había sido la encargada de calentar el ambiente.

Por eso, cuando todo se convirtió en una pista de baile, las miradas ya no eran las mismas. Fue como si nos hubiera ahorrado horas de presentaciones, y con ello, nos regaló cierta confianza y relax.
Tanto que F ya ni me importaba.

Lo único que yo quería descubrir era que había detrás de otras cortinas, negras, que rodeaban el lugar. Y, como buen caballero, F se sintió en la obligación de llevarme a descubrirlo…

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